Cambiemos arrasa ante un peronismo fragmentado
- Marcelo Desena (@marcelo_desena)
- 26 oct 2017
- 4 Min. de lectura

Este domingo, se celebraron las Elecciones legislativas en Argentina con una participación del 78% del padrón electoral. En los “papeles” la ciudadanía acudió a las urnas en todo el país para renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, pero en el plano de lo simbólico se libraron otras batallas.
La conclusión ineludible de estas elecciones legislativas es que la coalición política liderada por el Presidente Mauricio Macri, Cambiemos, se impuso como la primera fuerza a nivel nacional. Como ocurre en casi todas las Elecciones, el sufragio puede tener múltiples connotaciones. Los más de 10 millones de votos —que representan el 41,76% de los votantes— no sólo se pronunciaron por una opción legislativa, si no que su voto tiene diversas lecturas. Se avizoraban algunos indicios claros con la elección de agosto que marcaba el triunfo de Cambiemos y la vuelta de Cristina Kirchner.
La coalición gobernante se impuso en trece de los veintitrés distritos, asegurándose las cinco provincias más grandes del país. El último que había conseguido un resultado electoral análogo fue Raúl Alfonsín hace 32 años. Desde el liderazgo de Macri, Cambiemos logra revalidar la victoria electoral de 2015 y las PASO de agosto. De esta forma, el macrismo se refrenda en las urnas como ciclo político, sumándose a los otros tres ciclos políticos de continuidad desde la apertura democrática: el alfonsinismo, el menemismo y el kirchnerismo.
Asimismo estas elecciones le darán al oficialismo un mejor panorama legislativo, quedando a las puertas del quórum en ambas cámaras, quitando al peronismo la mayoría propia en el Senado. Dejando atrás la tradicional carencia de gobernabilidad que ha perseguido a los partidos no peronistas que llegan al poder. Este escenario promete agilizar las reformas económicas con una batería de medidas de pronta aplicación: desregulación de la economía, aumento de tarifas públicas, ajuste presupuestario y recorte del gasto público. No obstante, la marcha de la agenda de reformas está ligada aún a la capacidad negociadora del gobierno para captar votos peronistas en el parlamento.
Otra lectura posible de la marea de votos “amarilla” no está ligada con el apoyo irrestricto al proyecto político del oficialismo, si no que se encuentra ligada en la pervivencia de la “grieta”. Esa construcción de antagónicos constitutiva de la política argentina desde la década del cuarenta; edificación discursiva tan vieja como la lógica del “ellos” y “nosotros”; se presentó como una “novedad” durante el gobierno de Cristina Kirchner. El relato de la “grieta”, empuñado principalmente por prensa y políticos de oposición, sirvió como un caballo de batalla para el actual presidente argentino. Macri —como candidato y presidente— prometió con su prédica optimista “unir a todos los argentinos”, pero ha sido quien ha sacado mayor rédito político de esa polarización. El voto “anti K” pervive con fuerza. El halo de corrupción y desgobierno del mandato anterior es un combustible potente de una parte del electorado que ha impulsado a Cambiemos. Evitar el retorno del kirchnerismo al poder aparenta ser un componente primordial del voto “amarillo”, que canaliza su sufragio en la alianza de gobierno.
La interrogante principal radica entonces en si la consigna “no vuelven más” —entonada en el festejo oficialista— podrá sustentarse en el tiempo. Si el irreconciliable desdén anti kircnerista podrá acompañar el proyecto macrista mas allá de la anatematización actual a Cristina Kirchner, pensando en un probable escenario que el liderazgo opositor sea conducido por otro actor político y que el gobierno no colme las expectativas.
El escenario político de la oposición se encuentra difuso y fragmentado. El peronismo votó dividido, el resultado fue desastroso en el plano electoral y simbólico. Desde la vuelta a la democracia el peronismo no ha visto tan diezmado su poder. La ex jefa de Estado y la fuerza que conduce, comparecieron divididas a las Elecciones legislativas, las diferencias internas se evidenciaron en las urnas: los peronismos locales dejaron de darle apoyo a Cristina Kirchner que además perdió su mano a mano en la provincia de Buenos Aires.
Exceptuando a la izquierda —que realizó una buena elección a nivel nacional— y algunos partidos marginales, el espacio opositor se encuentra compuesto por tres grandes bloques: el kirchnerismo, el massismo (y aliados) y el peronismo “disperso”. Varios de los liderazgos provinciales no reconocen a Cristina Kirchner como el liderazgo aglutinante, materializado no solamente en las derrotas electorales del domingo, si no que ha sido evidente el debilitamiento del kirchnerismo en su estrategia de conducir una oposición contra el gobierno de Macri. Esto quedó patentizado durante los dos primeros años de gobierno con el voto peronista que permitió ratificar la línea económica del gobierno en ambas cámaras, facilitándole la aprobación de leyes fundamentales para el oficialismo. Una clara fisura en el intento de cohesionar un frente opositor de liderazgo kirchnerista.
El peronismo se debate ahora entre despegarse del ciclo kirchnerista y apostar a otras construcciones políticas provinciales o posicionarse desde este importante caudal electoral a la sujeción de su conductora.
Pese a la poca capacidad de cristalizar las propuestas electorales que lo llevaron a ganar en 2015, la alta inflación, el deterioro social y laboral, Cambiemos es un catalizador de las expectativas de los argentinos. Este panorama sumado a la disgregada oposición, ponen en carrera a la reelección a Macri para las presidenciales de 2019.
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