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La última carta

  • Juan Manuel Salgado (@Juannmma92)
  • 28 sept 2017
  • 2 Min. de lectura

Un delirio en forma de utopía te saluda desde Barcelona: «Bienvenidos a la república de Catalunya». El Parlament cierra las puertas de su teatro para que todos los focos apunten a la gran apuesta independentista, la consulta del 1 de octubre. Un operativo de policías desplegados con un claro objetivo: confiscar propaganda, papeletas, notificaciones,… Por momentos, podemos revivir en nuestro presente sensaciones vividas en siglos anteriores.

En el palacio de la Moncloa, Mariano Rajoy, sufre intensas pesadillas que no dejan de interrumpirle el sueño. En ellas puede verse recogiendo firmas contra el Estatuto de autonomía de Catalunya. ¿Quién es tan sagaz como para identificar en su mayor éxito, un resquicio que pueda llevarle al peor de sus males de cabeza? Es curioso que tengamos que llegar a este punto para poder decir que Rajoy ha despertado de su letargo, que por una vez ha cambiado su característico inmovilismo por convertirse en un hombre de acción.

En diversas ciudades de España, como Toledo o Huelva, movilizaciones para despedir a agentes de la Guardia Civil, que se dirigen rumbo a Catalunya aclamados entre gritos de «¡A por ellos!». Podría tratarse de algo emocionante si, en vez de despedirse de cuerpos de seguridad, se estuvieran despidiendo de un club deportivo. Pero la realidad no es esa. En estos momentos, muchos querríamos saber con exactitud que sentimientos se escondían tras esos clamores de intenso ánimo. Y, no sé por qué, algo me hace intuir que la respuesta no sería del gusto de nadie. O por lo menos de las personas que seguimos creyendo que la libertad de expresión y la defensa de los Derechos Humanos, deben ser no solo el futuro de Europa, sino el futuro de todo el mundo.

Se acerca el final de un relato que muchos representan como un fatal choque de trenes. Yo prefiero hacerlo como el final de una partida de póker, donde existen dos jugadores tensos, influenciados por la presión de tantas horas de juego. Tras recibir la última mano, uno apuesta fuerte, mientras el otro, se lo mira con una expresión tan indiferente como difícil de descifrar, y, sin pensarlo dos veces, apuesta todas sus fichas. Sin pensarlo dos veces, el otro participante acepta el reto y se lo juega todo. Todos tenemos nuestros propios pronósticos, pero nada en claro. Y visto de esta manera, al final todos coincidimos en cuestionarnos lo mismo, ¿Quién ganará esta partida?

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