Un nuevo Trudeau en una nueva Canadá
- José Ignacio Villar (@villarromeroig)
- 3 ago 2017
- 3 Min. de lectura

Noviembre de 2015. En Canadá, los liberales vuelven al poder de la mano de un joven Justin Trudeau, una promesa política que acababa de ponerse de moda. Su perfil, casi similar al de Macron, ha conseguido en los dos últimos años hacer del país un estado famoso por su nueva multiculturalidad, aperturismo y crecimiento.
Trudeau, abanderado de una imagen de renovación y juventud, es en realidad heredero de lo que ya es una saga política en la historia de la nación; su padre, Pierre Trudeau, fue Primer Ministro entre 1968 y 1979, y al igual que su vástago, se caracterizó por ser un reformista que quiso dejar una gran huella en su país.
Canadá, que llevaba siendo una década gobernada por los conservadores de Stephen Harper a los que intentó relevar el famoso académico Michael Ignatieff, daba pasos antagónicos a los que enseguida iba a tomar su hermano mayor; los Estados Unidos. Mientras que en Washington se producía el ocaso anunciado de Obama y el ascenso de un ultraconservador de 70 de años de edad, en Ottawa juraba cargo un autodenominado liberal y progresista de 44.
¿Y por qué también progresista? Trudeau se considera a sí mismo como feminista, defensor del aborto, del matrimonio homosexual y partidario de una mayor transparencia política. Del mismo modo, su puesta en escena, su imagen en las campañas electorales, su talante integracionista y su oposición a los populismos le enmarcan como uno de los líderes más modernos del planeta.
También al contrario de las nuevas políticas estadounidenses, Canadá es quizás el país más abierto a la inmigración de entre las potencias occidentales. Se enorgullece de acoger a refugiados sirios, sus ciudadanos consideran como positiva la llegada de extranjeros, e incluso en su gabinete de ministros conviven diferentes religiones.
Y parece ser que a este ideario común le avalan tanto los datos financieros como los sociales; lidera el crecimiento dentro del G7, experimenta un gran aumento tanto de las exportaciones como del gasto público, y es considerado por diferentes estudios como uno de los países con mayores libertades económicas y humanas del mundo. Con 36 millones de habitantes y una de las densidades de población más bajas, Canadá se encuentra entre los diez países con el Índice de Desarrollo Humano más alto del planeta.
El legendario “sueño americano” parece estar mudándose al país nórdico, y es que Canadá empieza a parecerse más a Estados Unidos que los propios Estados Unidos. La gran apertura de barreras comerciales adoptada por los canadienses contrasta con los nuevos muros de Trump; Trudeau acaba de firmar un tratado de libre comercio con la UE (el polémico CETA sobre el que el PSOE tuvo varias opiniones) e incluso se aventura a firmar uno nuevo con la gigante economía china. América, Pacífico y Atlántico son las prioridades exteriores de un país que crece más allá de la economía.
Y decimos esto porque Canadá no sólo crece en competitividad y calidad de vida, sino también en términos militares y de relaciones internacionales. Trudeau, además de querer modernizar y sofisticar el ejército, también trata de hacerlo más abierto; ha invitado a los transexuales a unirse a él después de los últimos enfrentamientos de Trump con el colectivo transgénero.
Pero si por algo quiere destacar la nueva política de Trudeau en términos de liderazgo mundial, es la lucha contra el cambio climático. Después de que Trump apartase a EEUU de los compromisos del Acuerdo de París, el líder canadiense se posiciona como el que quizás pueda ser el principal abanderado de la lucha contra la contaminación; propone nuevas medidas contra la polución, incrementar las campañas por el reciclaje o reducir las emisiones de carbono.
Las estrategias de este Primer Ministro le llevan a declararse aliado de políticos como Macron (Francia), Rutte (Países Bajos) o Macri (Argentina)… líderes que tienen en común una posición centrista-liberal, pretensiones de transformación y renovación, y discursos adaptados a las nuevas sociedades del siglo XXI. No obstante, estos rasgos compartidos les han llevado a ser acusados de carecer de una verdadera ideología, por lo que habrían llegado al poder buscando la mejor posición espacial del voto.
En este paradigma entra el debate sobre las pretensiones progresistas de estos países, en los que el candidato está por encima del partido y es conocido por dos o tres ideas-clave con las que convencer a su electorado…
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