No estaban muertos (estaban de parranda)
- Adrià Huertas Vidal
- 14 nov 2016
- 2 Min. de lectura

El independentismo catalán vuelve a mostrar músculo cuando más débil tendría que estar, esta vez en apoyo a los cargos políticos que han sido víctimas de la judicialización del proceso. Viene a decir eso la manifestación del pasado domingo 13 de noviembre en la avenida Reina María Cristina, que reunió a unas 80.000 personas según datos de la Guardia Urbana.
Aunque los números catalogan la manifestación de nivel medio para haber sido organizada por l‘ANC, Ómnium Cultural y AMI, no se puede negar que reunir a miles de personas un domingo cualquiera sin una movilización mediática previa, sin el lanzamiento de un merchandising (camisetas, mochilas, banderas, gorras…) o sin una temática concreta (Vía Catalana, la uve, el puntero recorriendo la Meridiana…) es todo un éxito. Y es que en esta ocasión no hacía falta más decoración que las esteladas apoyando a los líderes políticos que se encontraban en el acto, puesto que el fin habla por sí mismo sin necesidad de maquillarlo en la forma de manifestarlo.
El proceso soberanista vuelve a reivindicarse y lo hace en un momento donde la ilusión independentista podría estar fundiéndose tranquilamente. La final investidura de Mariano Rajoy y la intención continuista que mostró en el momento de escoger a los nuevos ministros, la elección de José Manuel Maza como nuevo fiscal general, la tramitación de una nueva ley que permite al Tribunal Constitucional suspender de sus funciones a cargos públicos, por ejemplo, no hacen que la base independentista vaya a hundirse ante el mal oleaje. Tampoco tienen miedo a un referéndum que transforme en votos la realidad en Cataluña, aunque este 2016 haya traído conflictos políticos por preguntar (el resultado negativo en el referéndum de paz en Colombia, el Brexit o la reciente coronación de Donald Trump como presidente de Estados Unidos). Pero bueno, que todas las malas noticias que pasen en este mundo sean por haber preguntado y no por haber impuesto.
En cierto modo, podemos decir que el proceso independentista no estaba muerto, que estaba de parranda. Los independentistas pueden ‘celebrar’ en el fondo la investidura de Mariano Rajoy y la ‘predisolución’ del PSOE puesto que les da argumentos para irse y para que cada vez se vayan con más indecisos. Porque, aunque los resultados electorales no hayan dibujado un parlamento con una mayoría absoluta pepera, lo cierto es que el PP puede gobernar por el mismo bajo la amenaza de unas terceras elecciones que le darían los escaños que le faltan para alcanzarla. Por eso, gran parte de la población catalana -independentistas o no- sigue ahí, esperando a que se les pregunte, a que puedan decidir sobre que quieren ser. Asimismo, el votante independentista da la cara y apoya al político y al partido que voto el 27-S. No podrán decir lo mismo los votantes socialistas de su partido -aunque si de su ex secretario general- o los seguidores de aquel Albert Rivera que prometió una renovación democrática y ha acabado dando el gobierno a los mismos.
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